Dinámica de silencio.

 

No queda nada que decir.  Es la hora del silencio. El momento de dejar que lo vivido se pose en el corazón, madure y se haga vida. La hora siguiente a la Cena de Jesús con sus discípulos ha de ser para rememorar y revivir, en lo más hondo de cada uno, todo lo escuchado, y sumergirse en el significado profundo de las palabras.

 

Nada como el silencio exterior.  Igualmente imprescindible el silencio interior. Silencio en la mente, que ha de apartarse un poco para dejar que las palabras se hagan emoción y vida. Silencio en el corazón, que se vacía para recibir los regalos de la última enseñanza de Jesús. Quietud en el cuerpo, solidez y reposo en la postura, para que la interiorización se vea favorecida por la calma y la serenidad.

 

En esta hora  queremos saborear a fondo las últimas palabras que Jesús nos deja, anticipando su Pasión, como testamento y guía, para orientarnos en lo que, en su ausencia, prevemos como oscuridad insoportable. Nos deja muchas pistas a las que acudir cuando la duda o el olvido nos aparten del camino enseñado.

 

Insiste en el amor . Entre todos y cada uno, y hacia los olvidados de la tierra, con preferencia. Nos reconocerán por ese amor, y sobre él seremos interrogados el último día. Amar incluso a aquellos que no nos ofrecen su cariño.

 

Nos llama amigos. Aunque a veces nos planteamos vivr nuestra fe como servir al Señor, Jesús insiste en llamarnos amigos y en que sirvamos a los más pequeños,  nos sirvamos unos a otros con solicitud fraternal, vivamos como amigos en una comunidad sin fronteras, que se abre a todos y en la que siempre habrá sitio para uno más.

 

Nos llama a la confianza, instándonos a mantener firme nuestro corazón. Él está en Dios, y está con nosotros. Así, Dios está con nosotros. Para siempre. Estará entre todos aquellos que nos reunimos en su nombre. Sin dejar ninguna rendija al miedo.

 

La referencia ha de ser Jesús. Hemos de hacer como Él ha hecho. Aprestarnos  a servir a todos. Pasar haciendo el bien. Estar inquietos por hacer cosas buenas. Ir por la vida sembrando. Movernos por lo que el amor nos señala como prioritario.

 

Mirar al prójimo como lo mira Dios. Con compasión infinita, con ternura desbordante. Apreciando y asumiendo debilidades y fortalezas, dudas y desesperanzas.

 

Buscar la paz como valor preferente. La que viene como consecuencia inmediata de la justicia, y permite la presencia sin trabas de la alegría. Hacer presente, para todos, el Reino.

 

El mejor Camino para vivir.

La Verdad  más segura para orientarse.

La Vida. Otra vida, en dimensiones de hondura, de generosidad, de luz, de libertad, de misericordia…

 

En el silencio de la noche del Jueves Santo, saboreemos ese momento en que Jesús nos ha llamado “queridísimos” .  Y dejemos que ese Amor Fraterno  nos empape, nos cambie el corazón y nos lleve a una viva nueva y verdadera.

AURORA GONZALO