Acompañando

Es la hora de la sobremesa.  Jesús ha cenado con sus amigos, y les ha dedicado muchos gestos que no terminan de captar. Les ha recibido lavándoles humildemente los pies, para refrescarles del cansancio y la suciedad de los caminos.  Les ha encargado buscar un sitio especial, donde se sientan cómodos y no vayan a ser interrumpidos. Lo ha preparado todo con cuidado, porque sabe que será la ultima vez. Es su despedida, y quiere insistir en las cosas mas importantes de todas las que ha intentado transmitirles en los años que llevan juntos.

El servicio generoso y desinteresado. Pensar en las necesidades de todos. Y ponerse de servidores antes que de servidos.  También, ser humildes en dejarnos ayudar cuando lo necesitamos, sin caer en la soberbia de pensar que no nos hace falta nadie. 

Partir el pan y repartirlo. Partir todo con todos, incluida nuestra misma vida. Dejarnos arrastrar por el amor total, que no mide, ni calcula, ni busca contrapartida. Repartirse en actos cotidianos de entrega y cariño. Vivir, sencillamente, en amor. Sin excusas. Jesús hace vivo y presente el amor en el momento más angustioso de su vida. Consigue volcarse hacia sus amigos cuando podría concentrarse en el miedo ante lo que sabe que le espera.  Pero confía en el Padre, sabe que nada de lo que ha de pasar será en vano. Se debate entre la entereza por aceptar su destino, la angustia humana ante las consecuencias y la confianza en Dios.

Es afortunado, le acompañan sus amigos. Un puñado de personas, conocidos de aquí y allá, que se han sentido atrapados por su modo de vida y su mensaje. Han hecho camino juntos, han sufrido, reído, discutido, comido y crecido en comunidad. Se diría que su unión será inquebrantable y su adhesión a Jesús, férrea.  Ninguno va a abandonar, todos le aseguran su apoyo. Entre tanta promesa de lealtad eterna se esconden un traidor, y un perjuro. Del resto, sin hacerse notar, podemos decir que acompañaron a Jesús al huerto.

Y se durmieron.

Les flaqueó el ánimo, se les vino abajo el entusiasmo. Tanto recorrido para abandonar en el ultimo momento. Tibios de corazón, pensaban que la aventura con Jesús iba a consistir en un paseo sin complicaciones, que sería un recorrido anecdótico del que luego podrían contar muchas cosas. No se esperaban por su parte tan radical compromiso. Así que se echan la cabezadita, sin percatarse de lo trascendental del momento. Será después de varios días, cuando las mujeres lleguen contando lo que pasó en el sepulcro, cuando empezarán a entender, despacito, todo aquello que decía Jesús. Cuando les preguntaba si estaban listos para su reino, y les pedía capacidad para ir por sus caminos.  Tampoco aciertan a reaccionar ante la traición de Judas y la aparente pasividad de su líder. Están tan desconcertados, confusos y asustados que salen corriendo y se esconden.

 

En el resto de las horas de la Pasión quedan María, la madre, y Juan, el discípulo querido. Los únicos que no esperaban un libertador, los que amaban a Jesús sin esperar nada de él. Todos los que esperaban un líder político y un libertador se quedan con un palmo de narices al contemplar la caída humillante de Jesús en manos de los romanos, y propiciada por uno de los suyos.

En la sobremesa de una cena de despedida se suceden muchos momentos entrañables. Se recuerdan ratos compartidos, se multiplican chascarrillos y anécdotas, suele reinar el buen humor, mezclado con un poco de morriña y muchos buenos deseos para el que se marcha. Siempre debe quedar un buen recuerdo, minutos dulces para evocar en la ausencia, y se intenta que el que parte lleve en su corazón la imagen del grupo que deja unido y feliz, en marcha y progresando. A Jesús, la debilidad de sus amigos le niega toda esa felicidad, y, fieles al torpe ejemplo, seguimos negándosela hoy en día. Infieles, desapegados, divididos y durmientes, no somos en absoluto el grupo de amigos que se merece Jesús.

Por suerte, su amor es invencible, y en la cruz tendrá un momento para pedir para todos nosotros el perdón del Padre. Porque, a estas alturas, seguimos sin saber lo que hacemos.

Aurora Gonzalo

aurora@dabar.es

 

Acompañando

Es la hora de la sobremesa.  Jesús ha cenado con sus amigos, y les ha dedicado muchos gestos que no terminan de captar. Les ha recibido lavándoles humildemente los pies, para refrescarles del cansancio y la suciedad de los caminos.  Les ha encargado buscar un sitio especial, donde se sientan cómodos y no vayan a ser interrumpidos. Lo ha preparado todo con cuidado, porque sabe que será la ultima vez. Es su despedida, y quiere insistir en las cosas mas importantes de todas las que ha intentado transmitirles en los años que llevan juntos.

El servicio generoso y desinteresado. Pensar en las necesidades de todos. Y ponerse de servidores antes que de servidos.  También, ser humildes en dejarnos ayudar cuando lo necesitamos, sin caer en la soberbia de pensar que no nos hace falta nadie. 

Partir el pan y repartirlo. Partir todo con todos, incluida nuestra misma vida. Dejarnos arrastrar por el amor total, que no mide, ni calcula, ni busca contrapartida. Repartirse en actos cotidianos de entrega y cariño. Vivir, sencillamente, en amor. Sin excusas. Jesús hace vivo y presente el amor en el momento más angustioso de su vida. Consigue volcarse hacia sus amigos cuando podría concentrarse en el miedo ante lo que sabe que le espera.  Pero confía en el Padre, sabe que nada de lo que ha de pasar será en vano. Se debate entre la entereza por aceptar su destino, la angustia humana ante las consecuencias y la confianza en Dios.

Es afortunado, le acompañan sus amigos. Un puñado de personas, conocidos de aquí y allá, que se han sentido atrapados por su modo de vida y su mensaje. Han hecho camino juntos, han sufrido, reído, discutido, comido y crecido en comunidad. Se diría que su unión será inquebrantable y su adhesión a Jesús, férrea.  Ninguno va a abandonar, todos le aseguran su apoyo. Entre tanta promesa de lealtad eterna se esconden un traidor, y un perjuro. Del resto, sin hacerse notar, podemos decir que acompañaron a Jesús al huerto.

Y se durmieron.

Les flaqueó el ánimo, se les vino abajo el entusiasmo. Tanto recorrido para abandonar en el ultimo momento. Tibios de corazón, pensaban que la aventura con Jesús iba a consistir en un paseo sin complicaciones, que sería un recorrido anecdótico del que luego podrían contar muchas cosas. No se esperaban por su parte tan radical compromiso. Así que se echan la cabezadita, sin percatarse de lo trascendental del momento. Será después de varios días, cuando las mujeres lleguen contando lo que pasó en el sepulcro, cuando empezarán a entender, despacito, todo aquello que decía Jesús. Cuando les preguntaba si estaban listos para su reino, y les pedía capacidad para ir por sus caminos.  Tampoco aciertan a reaccionar ante la traición de Judas y la aparente pasividad de su líder. Están tan desconcertados, confusos y asustados que salen corriendo y se esconden.

 

En el resto de las horas de la Pasión quedan María, la madre, y Juan, el discípulo querido. Los únicos que no esperaban un libertador, los que amaban a Jesús sin esperar nada de él. Todos los que esperaban un líder político y un libertador se quedan con un palmo de narices al contemplar la caída humillante de Jesús en manos de los romanos, y propiciada por uno de los suyos.

En la sobremesa de una cena de despedida se suceden muchos momentos entrañables. Se recuerdan ratos compartidos, se multiplican chascarrillos y anécdotas, suele reinar el buen humor, mezclado con un poco de morriña y muchos buenos deseos para el que se marcha. Siempre debe quedar un buen recuerdo, minutos dulces para evocar en la ausencia, y se intenta que el que parte lleve en su corazón la imagen del grupo que deja unido y feliz, en marcha y progresando. A Jesús, la debilidad de sus amigos le niega toda esa felicidad, y, fieles al torpe ejemplo, seguimos negándosela hoy en día. Infieles, desapegados, divididos y durmientes, no somos en absoluto el grupo de amigos que se merece Jesús.

Por suerte, su amor es invencible, y en la cruz tendrá un momento para pedir para todos nosotros el perdón del Padre. Porque, a estas alturas, seguimos sin saber lo que hacemos.

Aurora Gonzalo

aurora@dabar.es

 

Acompañando

Es la hora de la sobremesa.  Jesús ha cenado con sus amigos, y les ha dedicado muchos gestos que no terminan de captar. Les ha recibido lavándoles humildemente los pies, para refrescarles del cansancio y la suciedad de los caminos.  Les ha encargado buscar un sitio especial, donde se sientan cómodos y no vayan a ser interrumpidos. Lo ha preparado todo con cuidado, porque sabe que será la ultima vez. Es su despedida, y quiere insistir en las cosas mas importantes de todas las que ha intentado transmitirles en los años que llevan juntos.

El servicio generoso y desinteresado. Pensar en las necesidades de todos. Y ponerse de servidores antes que de servidos.  También, ser humildes en dejarnos ayudar cuando lo necesitamos, sin caer en la soberbia de pensar que no nos hace falta nadie. 

Partir el pan y repartirlo. Partir todo con todos, incluida nuestra misma vida. Dejarnos arrastrar por el amor total, que no mide, ni calcula, ni busca contrapartida. Repartirse en actos cotidianos de entrega y cariño. Vivir, sencillamente, en amor. Sin excusas. Jesús hace vivo y presente el amor en el momento más angustioso de su vida. Consigue volcarse hacia sus amigos cuando podría concentrarse en el miedo ante lo que sabe que le espera.  Pero confía en el Padre, sabe que nada de lo que ha de pasar será en vano. Se debate entre la entereza por aceptar su destino, la angustia humana ante las consecuencias y la confianza en Dios.

Es afortunado, le acompañan sus amigos. Un puñado de personas, conocidos de aquí y allá, que se han sentido atrapados por su modo de vida y su mensaje. Han hecho camino juntos, han sufrido, reído, discutido, comido y crecido en comunidad. Se diría que su unión será inquebrantable y su adhesión a Jesús, férrea.  Ninguno va a abandonar, todos le aseguran su apoyo. Entre tanta promesa de lealtad eterna se esconden un traidor, y un perjuro. Del resto, sin hacerse notar, podemos decir que acompañaron a Jesús al huerto.

Y se durmieron.

Les flaqueó el ánimo, se les vino abajo el entusiasmo. Tanto recorrido para abandonar en el ultimo momento. Tibios de corazón, pensaban que la aventura con Jesús iba a consistir en un paseo sin complicaciones, que sería un recorrido anecdótico del que luego podrían contar muchas cosas. No se esperaban por su parte tan radical compromiso. Así que se echan la cabezadita, sin percatarse de lo trascendental del momento. Será después de varios días, cuando las mujeres lleguen contando lo que pasó en el sepulcro, cuando empezarán a entender, despacito, todo aquello que decía Jesús. Cuando les preguntaba si estaban listos para su reino, y les pedía capacidad para ir por sus caminos.  Tampoco aciertan a reaccionar ante la traición de Judas y la aparente pasividad de su líder. Están tan desconcertados, confusos y asustados que salen corriendo y se esconden.

 

En el resto de las horas de la Pasión quedan María, la madre, y Juan, el discípulo querido. Los únicos que no esperaban un libertador, los que amaban a Jesús sin esperar nada de él. Todos los que esperaban un líder político y un libertador se quedan con un palmo de narices al contemplar la caída humillante de Jesús en manos de los romanos, y propiciada por uno de los suyos.

En la sobremesa de una cena de despedida se suceden muchos momentos entrañables. Se recuerdan ratos compartidos, se multiplican chascarrillos y anécdotas, suele reinar el buen humor, mezclado con un poco de morriña y muchos buenos deseos para el que se marcha. Siempre debe quedar un buen recuerdo, minutos dulces para evocar en la ausencia, y se intenta que el que parte lleve en su corazón la imagen del grupo que deja unido y feliz, en marcha y progresando. A Jesús, la debilidad de sus amigos le niega toda esa felicidad, y, fieles al torpe ejemplo, seguimos negándosela hoy en día. Infieles, desapegados, divididos y durmientes, no somos en absoluto el grupo de amigos que se merece Jesús.

Por suerte, su amor es invencible, y en la cruz tendrá un momento para pedir para todos nosotros el perdón del Padre. Porque, a estas alturas, seguimos sin saber lo que hacemos.

Aurora Gonzalo

aurora@dabar.es