Primera Página

Reflexión: Atentos y despiertos

 

Empezamos el Adviento con una lectura tremebunda, reflejo de los miedos de los primeros cristianos. Sabemos que Jesús, a menudo, utilizaba imágenes y recursos un poco extremos para hacer ver a sus discípulos la importancia de lo que les contaba. El escenario de angustia, hombres sin aliento y enloquecidos por el temblor de las potencias del cielo les pone en situación de querer esconderse, ir a cubierto y esperar a que pase la tormenta. Pero Jesús les llama a reaccionar de otra forma. Levantaros. Alzad la cabeza. Se acerca vuestra liberación. Estad siempre despiertos. Pedid fuerza y manteneos en pie.

¿A dónde nos ha de llevar todo esto? Ciertamente, no a lo que es nuestra vida como cristianos en el mundo en que nos toca vivir. Instalados en un mediocre cumplimiento, adheridos a unos ritos que nos tranquilizan, buscando una posición vital cómoda que nos garantice un pasar sin sobresaltos…. Se parece bastante a una siesta. El apocalipsis que adelanta Jesús con sus palabras debe movernos a vivir despiertos. ¿Cómo se vive despiertos? Veamos…

Vivimos despiertos cuando buscamos que la vida sea feliz y productiva para todos, cuando encontramos ocasiones de traer al presente el Reino de Dios y no las dejamos pasar. Vivimos despiertos cuando elegimos ser multiplicadores de esperanza frente a los que propagan mal fario, cuando agradecemos en vez de quejarnos, cuando bendecimos en vez de refunfuñar. Vivimos despiertos cuando queremos vivir como vivió Jesús: sembrando. En los detalles pequeños de cada día, en la amabilidad con cualquiera que nos cruzamos y también en el fondo de nuestro ánimo. Vivir animados por la esperanza es vivir impulsados a la acción, desarrollar nuestro día a día en un contexto de bondad, de alegría, de todo lo que crece en nosotros cuando nos mantenemos cerca de Dios.

Es un equilibrio muy inestable, eso de sostener la esperanza cristiana, entre lo que Dios nos promete y lo que depende de nosotros; ser positivos sin volvernos fastidiosamente superfelices; mantener la sensibilidad sin caer en la sensiblería. Como siempre, el punto de apoyo perfecto lo encontramos en la cercanía de Dios. En este momento del año litúrgico, cuando empezamos a acercarnos al misterio de Dios hecho niño, estamos predispuestos a desear esa cercanía. Puede resultarnos muy refrescante plantearnos este Adviento como el tiempo de levantarnos, de vivir a fondo nuestra presencia despierta entre nuestros semejantes. Y no vale excusarnos en que nuestro entorno nos imposibilita esa pequeña revolución. Nuestras circunstancias son como las hacemos, y cuanto más tardemos en cambiarlas, más nos va a costar. Tampoco hay que hacerlo todo de golpe. La esperanza, la confianza en Dios, el dejarnos llevar por Él, se desarrollan poco a poco, en la oración, el encuentro sacramental y la presencia consciente en las preocupaciones y trabajos de nuestros prójimos.

La presencia de Dios en la historia humana es un interrogante en el que todos tropezamos alguna vez. Sobre todo cuando los humanos nos apañamos tan requetebien para esconder todo rastro de Dios. Y sabemos que en muchas partes de nuestro mundo solo cabe desear que haya Dios, porque no les cabe más esperanza que ésa. Y a veces, en nuestra vida particular, atravesamos momentos parecidos.

Sabemos lo que Dios nos va a decir: lo leemos en el Evangelio de hoy y en muchos otros. Despiertos. Atentos. Fuertes. En pie. 

 

 

Aurora Gonzalo

aurora@dabar.es

Exégesis…

un análisis riguroso

Primera Lectura

 

Un texto breve, conciso, cargado de evocaciones, historias, momentos de gloria y de fracaso que resuena en nuestros oídos a gritos de alegría y esperanza cumplida. Nombres que llaman al pasado o provocan el futuro. Son pocas palabras que suenan a grito de aliento, suspiros que se calman, ardores saciados, imágenes y sueños que cobran cuerpo… Podemos compararlo a la literatura en torno a un buen vaso de vino, con la que un buen catador trata de convencernos ha habernos encontrado con un vino excepcional: evocan gustos y retrogustos, tierras lejanas y profundas, atardeceres y temperaturas otoñales donde la vista, el gusto, la memoria, el cariño y los trabajos pasados cobran corporeidad y nos hacen sentir en el pequeño trago de prueba tantas experiencias que no caben en dos versos.

Sucede así con muchos pequeños veros proféticos (de cualquier libro bíblico) que resumen, desde los sentimientos o vivencias presentes, historia, personajes, valores, tiempos distintos que se suceden unos a otros sin interrupción concatenados a la misma historia de salvación de la que el pueblo de Israel es protagonista y al que nada le es ajeno de cuanto se haya escrito, o se sueñe en la esperanza.

El breve texto de hoy lo hemos escuchado otras veces con semejantes expresiones pero en cada una de ellas se cambian algunos términos que nos descolocan fácilmente a quienes hoy los analizamos pero que en ‘su presente’ fueron perfectamente comprendidos. Los encontramos en Isaías, Zacarías, Ageo, el Jeremías de hoy, o en Ezequiel, incluso en Daniel. 

Hoy escuchamos ‘un vástago legítimo de David’, pero en otros se ha suprimido (no se quería volver atrás a una monarquía caduca); otros por ello hablan de un ‘germen’ sin más pensando en el futuro; la Casa de Israel o de Judá de hoy puede ser solamente (en Jeremías) la casa de Israel, ya que él la ha conocido destruida, cuando Judá aún estaba en pie. En unos casos la justicia es la obra del Señor, pero aquí será este vástago de David el que hará justicia y derecho sobre la tierra. En otros momentos la tierra, el país será el lugar del reposo; en el texto de hoy es la ciudad de Jerusalén. En el texto paralelo de Jer.23,6 se concluye: “Este es el nombre con que te llamarán ‘Yahvé, justicia nuestra’”. Los comentaristas concluyen que a los judíos les sonaba el nombre de Jerusalén semejante a la expresión con que concluye el libo de Ezequiel: “Yahvé está allí”.

En todo caso de trata de unos versos repetidos con el mismo mensaje: la dispersión, el exilio, la desesperanza del Pueblo de Dios tendrá fin y por un medio u otro, con ‘salvadores diversos en cada época, por caminos conocidos sólo por el Señor, su pueblo encontrará al fin el descanso que viene de la justicia que es el Señor. Y todos hemos escuchado a Pablo VI: “La paz es fruto de la justicia”.

 

Tomás Ramírez

tomas@dabar.es

 

Segunda Lectura

 

Con los últimos versículos del capítulo 3, Pablo cierra la primera parte de la carta. Esta primera parte ha sido una acción de gracias. Ahora, en la segunda parte, va a ser el tema de la parusía el que esté de fondo.

“Que el Señor os haga crecer en el amor”, dice el v 12. Parece que los tesalonicenses tienen esta asignatura pendiente (3,10). El amor fraterno, el amor mutuo, el amor de comunión, es fundamental para la comunidad. Y este amor fraterno se aprende en la comunidad. Este es al amor que Pablo quiere tener con los miembros de la comunidad. Y es el Señor la fuente de ese amor que va progresando (3,12).

Pablo parece estar pensando en la escena de la parusía. En ese momento el Señor reunirá a los suyos y los salvará. Él nos ayudará cuando estemos “delante de Dios nuestro Padre” (3,13).

En los capítulos 4 y 5 Pablo da una serie de instrucciones para la vida cristiana. Con sus instrucciones quiere poner los cimientos sobre los que ha de asentarse la Iglesia y la vida cristiana: qué es lo que agrada a Dios y qué es lo que Dios quiere.

Cristo es la norma y la autoridad, por eso Pablo exhorta “en el nombre de Jesús”, es decir, que lo que recibe procede del mismo Jesús a través de los apóstoles. Así, esta enseñanza obliga en conciencia, no es sólo una simple exhortación. Es tradición de la Iglesia fijada por el Espíritu Santo. Quien sigue estas normas obedece al Señor y a su voluntad. Así, este primer versículo del capítulo 4 comienza con una recomendación de carácter general pidiendo que lleven a la práctica las enseñanzas que recibieron de él y que progresen día a día (4,1).

Hay que exhortar a los tesalonicenses para que progresen en este camino, piensa Pablo. Se debe hacer todo el esfuerzo posible para agradar a Dios y, como no sabemos cuándo vamos a agradar plenamente a Dios, este esfuerzo debe de durar toda nuestra vida. Se recuerda a los tesalonicenses las normas que se les dieron de parte de Jesús el Señor. Estas normas y advertencias aparecerán a partir del 4,3 (4,2).

Desde 4,3 hasta 5,23 expone Pablo cómo se debe obrar. Lo que Dios quiere para nosotros es la santificación, que ya no es sacrificar víctimas ni unas determinadas prácticas cultuales, sino una vida moralmente santa que agrade a Dios.

 

 

Rafa Fleta

rafa@dabar.es

 

Evangelio

 

1. Aclaración de términos

Las potencias del cielo temblarán. Frase sinónima: el sol, la luna y las estrellas se tambalearán.

Hijo del Hombre. Expresión usada por Jesús en referencia velada a sí mismo; evoca autoridad y majestad divinas.  

La nube. Símbolo de la presencia de Dios.   

Liberación. El final de la postración. 

Lazo. Término tomado del mundo de la caza mayor en la antigüedad, a base de grandes trampas.

 

2. Texto

Jesús habla con la mirada puesta en un final que imagina como gigantesco cataclismo astronómico y marítimo, entre la angustia y el miedo de los habitantes del orbe. Lenguaje fantástico, todo él al servicio de un tiempo cualitativamente nuevo, introducido por la irrupción  del Hijo del Hombre para liberar al hombre del mal y de la postración presentes y devolverle toda su dignidad de hombre salido de las manos de Dios.

Jesús insta, recomienda encarecidamente  vivir el aquí y el ahora en la certeza de que el mal y la postración presentes no son el destino final. 

Advertencia, recomendación,  invitación a vivir el presente penoso con conciencia clara del final liberador.

Las preocupaciones de la vida cotidiana, y, especialmente, la búsqueda del placer y de la diversión,  pueden ofuscar la mente oscurecer y ser  una carga en el corazón, de modo que no estemos en condiciones de vivir de pie ni de caminar.

 La llegada del Hijo del Hombre cazará desprevenidos a los  habitantes de la tierra.  

 

3. Reflexiones

Interpretar las grandes tragedias en clave de posibilidad de irrupción definitiva del reinado de Dios. El  poder de Dios actúa en la historia y se deja descubrir allí donde se experimenta la radical impotencia humana.

Guerras, epidemias, catástrofes y hambrunas no son el fin, pero deben hacernos pensar. No podemos estar sentados ni inactivos ante ellas. Deben abrirnos los ojos para que estemos atentos a lo que  se está gestando en la historia humana.

Las palabras de Jesús deben motivarnos para que no nos dejemos impactar, acomplejar ni mucho menos cegar por lo que parece tener una gran magnitud y, en ocasiones, incluso puede pretender ocupar el lugar de Dios. Deben motivarnos para que no caigamos en el desánimo ante las adversidades y los peligros. Deben ayudarnos a mantenernos firmes en la fe, esperando la venida gloriosa del Señor. 

 

 

Alberto Benito

alberto@dabar.es

Notas para la homilía

 

 

 

Al escuchar o leer las palabras de Jesús en el evangelio de hoy, alguno verá en ellas una descripción trágica del momento actual del mundo; también los amigos de Job atribuyeron a sus pecados las desgracias que se acumularon en él, en su familia y su hacienda. Job 4, 8. Antiguas culturas hasta con sacrificios humanos intentaron aplacar la ira de los dioses; la historia de Abraham con su hijo Isaac es una clara negación de esta horrible práctica. Génesis 22, 1-14.

Ante tanta negatividad y pecado que nos presenta el sistema informativo mundial, el mensaje de este primer domingo de Adviento es una promesa que fundamenta nuestra esperanza. La promesa viene de lejos y ya hemos celebrado su cumplimiento, por lo cual es fundamento sólido de la esperanza que nos salva. Salvar, aquí significa encontrar un sentido a la realidad y tener firmes recursos para afrontarla en positivo.

El fundamento de nuestra esperanza de salvación está en lo que celebraremos en Navidad: “Dios con nosotros”. Éste es el nombre de nuestro Salvador, Jesús de Nazaret. ”Yeshuah”, en arameo, su lengua materna. Su nombre resume su misión: enviado de Dios para salvación del mundo. Añadamos: el gran desconocido hasta de los que se dicen ser de los suyos. Al mismo tiempo sabemos que “a los que le recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios”. Juan 1,12.

Ante tal afirmación, detengámonos. Alcanzar esta meta, ser hijos de Dios, exige bastante, como es natural; un título de tal alcurnia, para no quedarse en palabras, requiere un cambio personal, lo que llamamos una conversión. Los que la pasaron dicen que bien vale la pena.

Los testigos de Jesús que le siguen de cerca, cuentan sus luces y luchas, debilidades y glorias desde que se enfrentaron seriamente con el tema de su propia fe. Nadie entra en este proceso transformador, si no es obligado por las pruebas y desventuras de  la vida. Nadie ha podido acercarse a Dios, si antes no se ha descalzado, pero la sorpresa de su cercanía a todos ha llenado de admiración y ventura.

En este tiempo de Adviento entramos en este proceso de salvación, si antes nos enfrentamos con el pecado del mundo, presente de alguna manera también en cada uno de nosotros. La Navidad para la cual nos preparamos, es mucho más que una tradición socio-religiosa. Para nosotros es la respuesta actual de Dios al mundo pecador de hoy y de siempre.

La trágica realidad que la información nos presenta, recibe una luz venida del cielo con la que descubrimos un sentido salvador. Éste sentido se resume en una palabra: AMOR Y MISERICORDIA. Ésta es la revelación de Navidad para la que hoy comenzamos a prepararnos.

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para quien crea no perezca, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él”. Juan 3,16-17. Descubramos en estas palabras cual es la actitud de Dios ante la triste realidad del mundo y de la sociedad en general. Reconozcamos el pecado del mundo en el que todos de alguna manera estamos o colaboramos, al menos por omisión, impotencia o mala voluntad.

Reconozcamos sin miedo la realidad, pero sobre todo, escuchemos cómo es la actitud de Dios ante ella y dispongámonos a recibirle.

Lorenzo Tous

llorens@dabar.es

Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo (Lc 21, 26)

Para reflexionar

 

 ¿Qué sentimientos o reacciones me producen las informaciones sobre la situación de la sociedad en general?

¿Soy negativo a la hora de  interpretarlas?

¿Sé descubrir la parte positiva que sabe ver un creyente?

¿Acepto sinceramente los retos y exigencias que contienen?

¿Cómo veo la Iglesia en el mundo? ¿Con esperanza?

¿Cómo es mi actitud ante los jóvenes?

 

 

Para la oración

 

Ante la Navidad que se acerca, nos sentimos envueltos en medio de conflictos y situaciones que ponen a prueba nuestra fe.

Padre, vivimos en  un mundo muy alejado de Ti. También nosotros estamos lejos de Jesús y no sabemos dar un testimonio de Él para que el mundo crea en Ti y en el que tú enviaste para salvarnos de tanta confusión, tiniebla y pecado.

Ayúdanos, Padre, con tu misericordia y poder, para que este tiempo de Adviento que hoy comenzamos, sea un proceso de conversión al amor, a la esperanza y a la solidaridad.

 

Escuchando el evangelio de hoy, nos parece una descripción simbólica de la situación del mundo, que todavía se queda corta ante la  información que tenemos de la realidad mundial.

En cada uno de nosotros  llegan de alguna manera los efectos de la pecaminosa estructura de la sociedad en muchas de sus historias. Al mismo tiempo todos somos testigos de los brotes de vida nueva que la cultura, la ciencia y los hombres de buena voluntad están aportando a una nueva época mundial.

Creemos firmemente, Padre, que todos estos motivos de esperanza, son los frutos del Espíritu santo que tu misericordia y tu poder ofrecen a la humanidad.

Ayúdanos a vivir con esperanza en tu promesa de salvación tan antigua y tan probada. Queremos confiar en ti y disponernos a colaborar contigo para que en  el mundo y en nuestros corazones abunde  la alegría y la paz.

En esta situación del mundo y de la Iglesia, la cercanía de la Navidad para la que nos preparamos, nos pone delante de la pareja de Nazaret, María y José.

Resuelto gracias a un ángel el doloroso conflicto de José, comienza esta santa pareja un camino nuevo, sorprendente y gozoso. Desde el comienzo de su vida la salvación de Jesús llega envuelta de conflictiva humanidad y de sorprendentes esperanzas. También hoy la fe nos plantea retos ante los que sentimos nuestra pobreza; el silencio de María y de José, confiando en Dios, protector de los débiles, nos estimula a la oración y a la confianza.

Desde la confiada respuesta de María y José, comenzó en el mundo una nueva época. Ellos hicieron posible que Jesús iniciase una época nueva, salvadora, para la historia de toda la humanidad. Como toda semilla en su pequeñez, contenía la extraordinaria novedad, superior en grandeza a la misma creación del mundo. Pero siempre envuelta en lo cotidiano, en lo profundamente humano, en medio de la libertad y limitación humana. Nos sirva de ejemplo para nuestros días.

Cantos para la celebración

 

Entrada: Ven, ven Señor no tardes (1 CLN9); Vamos a preparar (del disco «Preparad los caminos»); La virgen sueña caminos (de Erdozán).

Acto penitencial: Del disco «Dios es amor» con el canto Señor, ten piedad.

Salmo: LdS. Ad te Jesu Chiste (Taizé. Repetimos la monición y leemos las estrofas del salmo)

Aleluya: Antífona antes del evangelio (1 CLNJ 1) .

Ofertorio: Rorate o el canto Cristo fue sincero (del disco «Cristo libertador»).

Santo: Sanctus (Taizé, del disco Ubi caritas).

Aclamación al memorial: (1 CLNJ l).

Comunión: Cerca está el Señor (1 CLN73 l); Tan cerca de mi (CB 185) (del disco «Baja a Dios de las nubes» de Luis Alfredo Díaz.

Final: Anunciando tu venida de Palazón (2 CLN614).

La misa de hoy

 

Monición de entrada

 

Nos acercamos a la Navidad en la que los cristianos celebramos el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador. Para nosotros esta celebración es un motivo de  grande gozo, de esperanza y de paz en el mundo. Por eso la Iglesia dedica cuatro semanas de preparación que hoy iniciamos. Despertemos nuestra fe y nuestra esperanza.

Saludo

 

La paz que Dios envía al mundo esté en todos nosotros.

Acto Penitencial

 

Todos somos débiles, cometemos errores y necesitamos el perdón. Pidámoslo confiadamente al Padre.

– Dios quiere que el pecador se convierta y se salve. Señor, ten piedad.

– Jesús llamó amigo a Judas el traidor. Cristo, ten piedad.

– El padre recibió al hijo pródigo con una fiesta. Señor, ten piedad.

El perdón de Dios llena de paz nuestros corazones y renueva nuestra esperanza.

Monición a la Primera Lectura

 

El profeta Jeremías proclama la promesa de Dios: un descendiente de David salvará a su pueblo.

Salmo Responsorial (Sal.24)

 

A ti, Señor, levanto mi alma.

Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas,  

haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.

A ti, Señor, levanto mi alma.

El Señor es bueno y recto, y enseña el camino a los pecadores; 

hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.

A ti, Señor, levanto mi alma.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad, para los que guardan su alianza y sus mandatos. 

El Señor se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza.

A ti, Señor, levanto mi alma.

Monición a la Segunda Lectura

 

San Pablo expresa sus buenos deseos a los cristianos de Tesalónica. Pide a Dios que les colme de amor mutuo a todos.

Monición a la Lectura Evangélica

 

Con un lenguaje apocalíptico el evangelista pone en boca de Jesús una descripción del final de la historia. Con ello pretende que los cristianos estén vigilantes y siempre despiertos esperando la venida del Señor.

Oración de los fieles

 

Confiemos al amor y al poder de Dios, Padre de todos los hombres, los graves problemas de toda la humanidad, especialmente los de la Iglesia de nuestro tiempo. Respondamos: Venga a nosotros tu Reino, Señor.

 

– Prepara, Señor, en nuestros corazones un camino de conversión. Oremos.

– Levanta Señor nuestros desánimos con la fuerza de tu Espíritu. Oremos.

 – Destruye, Señor, los muros del odio que divide las naciones. Oremos.

– Rey de la paz, que de las espadas forjas arados y de las lanzas, podaderas, danos tu paz con tu venida. Oremos.

– Pastor y guía de la Iglesia, fortalece e ilumina al Papa Francisco para que pueda seguir reformando la Iglesia. Oremos.

– Tú que estás más cerca de nosotros que nosotros mismos, fortalece nuestros corazones con  la esperanza de tu venida. Oremos.

 – Con tu bondad y tu inmensa compasión, ven, Señor, en ayuda de todos, especialmente de los que más sufren. Oremos.

– Acuérdate, Señor, de todos los que han salido de este mundo en tu paz y recíbelos en tu Reino. Oremos.

 

Todos los hombres, Padre, sientan tu bondad en sus vidas. Ilumina su camino y acompáñales con tu amor y tu misericordia. Amén.

Despedida

 

Graves son los problemas del mundo actual, pero grande es también el poder y la misericordia de Dios. Con esta fe y esperanza preparemos la venida de Jesús, el Salvador del mundo. 

En su nombre vayamos en paz.