Vía Crucis

Primera  estación. La agonía de Jesús en Getsemaní. (Mt. 26, 36-46)

Los discípulos, confiados a sus fuerzas, ceden al cansancio y abandonan a Jesús.  Aunque El les pide que velen en su compañía, son incapaces de seguirle.

Señor: ayúdanos a mantenernos  despiertos y activos en la oración, para no ceder en la hora de la prueba. Que sepamos acompañarte con  fidelidad y  plegarnos a tus designios de corazón.

Segunda estación. Jesús, traicionado por Judas, es arrestado. (Mt.  26, 47-56ª)

Judas acude, con un tropel de gente armada, a detener a Jesús. Consuma su traición  refugiado en un grupo, como tantas veces nosotros nos escudamos en la influencia de la sociedad para  justificar nuestras traiciones.

Señor: somos cobardes, y no asumimos la responsabilidad de nuestros actos individuales. Pero tú nos conoces en el fondo de nuestro corazón, y nos llamas “amigo” hasta cuando te entregamos. Danos fuerza para resistir junto a Ti, y no ser nunca tus acusadores.

Tercera estación. Jesús es abandonado por los suyos. (Mt  26, 31-35)

Pedro, el valiente, reta a Jesús cuando éste le señala que será el primero en renegar de su amistad. Y todos se hacen eco de esa promesa. Promesa bien poco consistente, que pone de manifiesto la debilidad de espíritu de los amigos de Jesús.

Señor: nuestras palabras siempre van más allá de nuestra conducta, y nos jactamos de cosas que nunca vamos a poder cumplir. Danos fuerza para cumplir aquello a lo que nos comprometemos, y enséñanos la prudencia de medir nuestras fuerzas antes de hablar.

Cuarta estación. Jesús es condenado por el Sanedrín. (Mt 26, 59-67)

El consejo busca condenar a Jesús, aunque sea apoyándose en testimonios falsos.  Pero no encuentran nada. Su vida ha sido transparente, y su testimonio también. Y se agarran a su declaración de ser Hijo de Dios para  condenarle a muerte.

Señor: también nosotros  nos escandalizamos por lo radical de tu mensaje cada vez que nos exige cambios que no estamos dispuestos a aceptar. Danos fuerza para entregarnos por entero a tu causa, sin buscar excusas ni medias tintas.

Quinta estación. Jesús es negado por Pedro. (Mt  26, 69-75)

Pedro niega tres veces ser seguidor de Jesús. Se siente en peligro, y olvida la promesa que acaba de hacer. Después, se arrepiente y llora.

Señor: cuántas veces te negamos, cuántas pasamos de largo ante tu rostro, de cuánto llanto y amargura vienes tú a consolarnos. Si confiáramos en la  firmeza de tu amor, no nos veríamos así. Danos un corazón fiel, firme en tu seguimiento.

Sexta estación. Jesús es juzgado por Pilato. (Mt 27, 11-21)

Pilato, extrañado ante el silencio de Jesús y la falta de pruebas, apura el momento de entregarlo. Hasta él reconoce que Jesús no es culpable de ningún delito. Pero no es lo bastante fuerte para enfrentarse a los que le rodean.

Señor: en muchas ocasiones dependes de nosotros como lo hiciste de Pilato. Y tampoco sabemos ponernos a tu lado y reconocer tu importancia en nuestras vidas. Despierta en nosotros el orgullo de conocerte y ser tus amigos, para que no temamos dar testimonio de ti en cualquier circunstancia.

Séptima estación. Jesús es condenado a muerte (Mt 27, 22-26)

Pilato, arrastrado por la petición del pueblo suelta a Barrabás y condena a Jesús. Se suma así al grupo de los que no escucharon, ni comprendieron ni quisieron ver. Se lava las manos, desentendiéndose de la decisión y de sus consecuencias.

Señor: tantas veces, como Pilatos, te expulsamos de nuestra vida, incapaces de reconocerte como lo que eres. Renunciamos a tu trato y tu cercanía, y no vemos a dónde nos lleva el rechazarte.

 

Octava estación. Jesús es azotado y coronado de espinas. (Mt 27, 27-31)

A los soldados de Pilato no les bastó con la condena a muerte y los azotes. Disfrazaron a Jesús, haciéndole burla, en un intento de quitarle su dignidad. Pero Jesús soportó todo con mansedumbre, para que se cumpliera lo escrito, sin quejarse.

Señor: ayúdanos a sabernos en todo momento hijos tuyos, y a llevar con orgullo tu nombre, convencidos de que nada es más importante que sufrir por tu causa sin renegar de Ti.

Novena estación. Jesús es ayudado por el Cirineo a llevar la cruz. (Lc 23, 26-31)

Simón de Cirene pasaba por allí, y se cruza con el gentío que seguía a Jesús.  Se ve obligado a cargar con la cruz de otro,  cuando volvía de sus tareas cotidianas en el campo.

Señor: entre nuestros quehaceres diarios nos encontramos muchas veces con otras personas que soportan cruces muy pesadas. Ayúdanos a darnos cuenta de los pesares ajenos y a ofrecernos para aliviar su carga.

Décima estación. Jesús es crucificado. (Mt 27, 33-40)

Humillado, aparentemente vencido, colgado de la cruz y custodiado por soldados que se echan a suertes sus ropas. Condenado como un delincuente a sufrir una muerte de  delincuente. Ante un Padre que no ha querido ahorrar a su Hijo tal sufrimiento. Solo.

Ante tu cruz, Señor, sólo podemos inclinarnos. Lo has dado todo por nosotros. ¿Qué vamos a hacer nosotros por ti?

Undécima estación. Jesús promete su reino al buen ladrón. (Lc 23, 39-43)

Los ladrones colgados junto a Jesús discuten. Uno le desafía a mostrar su poder. El otro, por el contrario, siente el amor de Dios en su corazón, y le pide humildemente que no le olvide en la hora de la Gloria. El que se muestra humilde frente al mayor poder obtiene la promesa de la compañía eterna de Jesús en el paraíso.

Señor, somos como el  bandido, que sin haberte hecho caso nunca, aún nos atrevemos a reprocharte nuestra situación. Danos el espíritu del buen ladrón, que supo reconocerte y creer en ti en la hora del abatimiento.

Duodécima estación. Jesús en la cruz, la madre y el discípulo. (Jn 19, 25-27)

Jesús se preocupa por la suerte de su madre, que al quedarse sin su hijo estará a merced de la caridad de los extraños. Por eso une su destino al de su discípulo favorito, encomendándole su cuidado.

María, Madre de Dios y Madre  Nuestra: transmítenos tu espíritu maternal, para que sepamos tratarnos como hijos amados de Dios.

Decimotercera estación. Jesús muere en la cruz. (Mt 27, 45-54)

Jesús entrega el espíritu en un lamento desgarrador al sentirse abandonado. Ese lamento, y los acontecimientos que le siguieron, hicieron a muchos reconocer que Jesús no era uno de tantos.

Señor: tantas veces nos has enseñado quién eres, y no sabemos reconocerte hasta que nos faltas.  Danos ojos agudos y corazones abiertos para verte en nuestros prójimos y en todas las circunstancias de nuestra vida.

Decimocuarta estación. Jesús es bajado de la cruz y sepultado. (Mt 27, 57-60)

José de Arimatea cumple con la tradición de enterrar a Jesús, y le da sepultura como si fuera de su familia. No tiene miedo. Los que no están tranquilos son los sumos sacerdotes y los fariseos, que piden a Pilato que disponga una guardia frente a la tumba, por si acaso…

Señor, haznos firmes en el valor de reconocer que creemos en Ti. Danos claridad de mente, sinceridad de corazón y espíritu valiente para ser siempre testigos tuyos. Que no nos falte nunca la serenidad que viene de la confianza en ti.

Decimoquinta estación. La resurrección de Jesús. (Mt 28, 1-7)

Un ángel anuncia a las mujeres que Jesús ya no está en la tumba. Y ellas sienten  miedo ante lo que no saben explicar. Sienten miedo, y también una alegría honda que les hace ir corriendo a buscar a los demás discípulos para contarlo todo. Y, en ese camino gozoso, ven a Jesús.

Señor: que conocerte nos llene siempre de gozo, y nos dé  la urgencia de salir corriendo a contarlo.

Conclusión. (Flp 2, 6-11)

“Entre vosotros, tened la misma actitud del Mesías Jesús: Él, a pesar de su condición divina, no se aferró a  su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó, obedeciendo hasta la muerte, y muerte en cruz. Por eso Dios lo encumbró sobre todo y le concedió el título que sobrepasa todo título, de modo que a ese título de Jesús, toda rodilla se doble, -en el cielo, en la tierra, en el abismo- y toda boca proclame que Jesús, el Mesías, es Señor, para gloria de Dios Padre”.