VIA CRUCIS SEGÚN SAN JUAN

Introducción

El Via Crucis acostumbra a ser una sucesión de escenas que desembocan en la muerte y sepultura de Jesús. Incluso siguiendo los sinópticos puede consistir en eso mismo. Pero es distinto en el evangelio de Juan. Hay escenas, sí; pero más que una sucesión de las mismas, el relato de la pasión en el cuarto evangelio es una sucesión de significados. Por eso este Via Crucis, que sigue el relato de San Juan, va a ser tan distinto, pero puede ayudarnos a profundizar más en el sentido de lo que ocurrió. Se puede encontrar una versión más extensa en mi web: www.elcantarodesicar.com. 

Primera estación: Jesús lava los pies a los discípulos en la última cena (13, 3-17)

El cuarto evangelio no trae un relato de la institución de la Eucaristía. Se ha ocupado de ella y su significado en el capítulo 6. De la cena, San Juan resalta el lavatorio de los pies y los discursos de despedida. Preámbulo de su entrega en la cruz, la acción de lavar los pies de los discípulos es signo del anonadamiento, de la humillación voluntaria y por amor de Jesús. Abajarse es condición del discípulo y de la entrega total.

Segunda estación: Jesús da a los discípulos el Mandamiento Nuevo (13, 33-35)

El signo de los discípulos será que se aman entre ellos. El amor fraterno, en la cima, en la cúspide del estilo del discípulo. El mandamiento de amar al prójimo ya se encontraba en la ley de Moisés. La novedad del mandamiento de Jesús reside en el cómo: como yo os he amado. Ya no es, como antes, a la manera en que uno se ama a sí mismo, sino a la manera en como Jesús nos ama: sin condiciones, con la total renuncia de sí mismo y en una entrega total. Como sucederá después de la cena, así deben amar

Tercera estación: Jesús promete a los suyos el Espíritu Santo (14, 25-26)

Jesús prevé su salida, su ausencia, su muerte. Sin embargo, ahora, en la despedida, promete el envío del Espíritu Santo por el Padre. El Espíritu continuará la presencia de Jesús entre los suyos. El Espíritu hará comprender el significado de  lo que está a punto de acontecer. El Espíritu recordará toda la enseñanza de Jesús. Lo que ahora no comprenden, lo que ahora se les esconde, les será revelado por el Espíritu Santo que Jesús promete. A través de Él, Jesús continuará presente entre los suyos.

Cuarta estación: Jesús anuncia su resurrección (16, 22-23a)

La tristeza que Jesús anuncia para los que le siguen viene marcada por el acontecimiento de su muerte, de su separación; pero se tornará en alegría con el reencuentro. La expresión cuando volváis a verme se refiere a su resurrección. De hecho, el propio evangelista, en la aparición el día de Pascua, escribe: Los discípulos se llenaron de alegría el ver al Señor (20, 20). La alegría de la Pascua será lo que perdurará y lo que apagará la tristeza de la separación. Ésta será sólo temporal.

Quinta estación: Jesús ora por la unidad de sus discípulos (17, 9-13)

Con verdadera ternura, que expresa su inmenso amor por ellos, Jesús dirige al Padre esta plegaria preocupándose por la protección de sus discípulos, de su comunidad y de la unidad entre ellos. Unidad es lo que Jesús le pide al Padre. Si él, mientras estaba con ellos procuraba su cuidado, ahora pide al Padre que lo haga por él. El Padre se los dio, Jesús los guardó y ahora Jesús los vuelve a confiar al Padre. Sabe que el mundo tiene fortaleza y capacidad de persuasión. El Padre los protegerá de él y los guardará.

Sexta estación: Judas consuma la traición contra Jesús (18, 1-9)

Al comienzo de la última cena, en 13, 2, se dice que ya el diablo le había metido a Judas en la cabeza entregarlo. En este pasaje se consuma la entrega. Judas encabeza y lidera la patrulla que sale a detener a Jesús. San Juan omite el detalle del beso en la entrega, pues Jesús aparece en todo momento dominando la situación. La serenidad y el aplomo con que actúa Jesús contrastan con la debilidad que muestran sus oponentes, que dan un paso atrás y caen en tierra. En la entrega, Jesús pone a los suyos a resguardo. Durante toda la pasión, Jesús muestra preocupación por los suyos.

Séptima estación: Jesús es apresado en el huerto (18, 12-14)

El huerto es símbolo de vida, donde se encuentran Jesús y sus discípulos. El cuarto evangelio situará también la sepultura de Jesús en un huerto. Anás había sido sumo sacerdote durante un largo período de años; ahora lo son, a turnos, sus hijos. A Caifás no le presta atención San Juan; de hecho, no refiere nada de lo que ocurre en su casa; el interrogatorio que nos trae es el de Anás. Desde la escena del machete, Juan considera destituido al sumo sacerdote. Los opositores de Jesús, las fuerzas de las tinieblas, han apresado al que es la luz, que vino a los suyos pero no la recibieron (1, 9-11).

Octava estación: Pedro abandona y niega a Jesús (18, 25-27)

Pedro ha revocado su seguimiento de Jesús. Sus pasos no siguen ya los del Maestro. De hecho, no entra donde Jesús. Necesitará de la comunidad (el otro discípulo) para volver tras los pasos de su Señor. Sin embargo, vuelve a desvincularse de él en cuanto se le presenta la ocasión. Su negativa por tres veces del conocimiento de Jesús le aparta de él. Es la hora del poder del mal y de las tinieblas. El poder de las tinieblas puede influir en los hijos de la luz. La traición no va a ser definitiva, pero conviene estar alerta para no caer en las garras devoradoras de los opositores de Jesús.

Novena estación: Jesús, interrogado por Anás (18, 19-23)

Caifás es ninguneado por el evangelista en toda la pasión. Correspondería a él hacer el interrogatorio a Jesús, pero el evangelio le aplica la función de sumo sacerdote a su suegro Anás. En el diálogo se invierten los papeles. Jesús domina la situación y acaba siendo él quien interroga. Jesús apela a su condición de ser luz, pues nada ha dicho ni hecho a ocultas, sino a la luz de todos. Jesús no va a dar testimonio de sí mismo, sino que lo refiere a lo que sus testigos han podido ver y oír de él. Tampoco se defiende, sino sólo verbalmente, al recibir la bofetada.

Décima estación: Pilato condena a muerte a Jesús (19, 14-16)

En otras versiones de la pasión, Jesús no habla con Pilato. En el cuarto evangelio hay un extenso diálogo entre los dos que versa, sobre todo, acerca de la realeza de Jesús. Pilato intenta soltarlo varias veces. Conforme va aumentando la tensión, van cambiando las acusaciones. Hasta tres acusaciones distintas ser vierten sobre él según el momento: un malhechor (18, 30), pretendía ser hijo de Dios (19, 7) y se declara contra el César (19, 12). Jesús muestra su identidad al romano, pero éste no le reconoce, cede a las presiones y acaba haciendo no lo que él hubiera hecho, sino lo que otros le dicen que haga.

Undécima estación: Crucificado, Jesús aparece entronizado en el Gólgota (19, 17-18)

El evangelio de San Juan interpreta la cruz como el trono real de Jesús. Es el momento culminante del evangelio, de su vida, de su enseñanza; es el momento en que es elevado, el momento en que atrae a todos hacia sí, el momento en que se convierte en estandarte de salvación para cuantos le contemplen (el diálogo con Nicodemo), es la hora a la que se refería en Caná. El puesto a su derecha y a su izquierda se sabe ahora a quiénes corresponde. Es la hora de la plenitud de la luz. En su renuncia total, en su entrega total, es donde Jesús manifiesta su realeza. Ha hecho lo que quería hacer.

Duodécima estación: La entrega de Jesús es cumplimiento de las Escrituras (19, 28-29)

El relato de la pasión en el evangelio según San Juan rebosa de referencias escriturísticas, sobre todo de los profetas y de los salmos. Puesto que Jesús es el Mesías prometido, se dan cumplimiento en él todo lo que las Escrituras anunciaron. Jesús, por su propia voluntad, siguió así un guión preestablecido en el que quedaba plasmada la voluntad del Padre que Jesús aceptó, acató y siguió en fidelidad en todo momento. Y puesto que Jesús es la Palabra del Padre, se cumple en él la Palabra anunciada por Dios.

Decimotercera estación: Jesús entrega su madre a la comunidad (19, 25-27)

En el cuarto evangelio, Jesús no está solo en su crucifixión. Junto a la cruz, las mujeres y el discípulo amado (la comunidad de los que siguen a Jesús). El evangelista muestra el papel relevante de María en las primeras comunidades. La madre de Jesús es dada por él como madre a la comunidad. Jesús seguirá presente ahora en su comunidad, por eso, su madre es la madre de cada cristiano, de cada discípulo suyo. La madre de Jesús aparece en la hora de Jesús como elemento de unificación y continuidad en la comunidad cristiana.

Decimocuarta estación: Jesús consuma la ofrenda de su vida en la cruz (19, 30-37)

Fuera de la ciudad, expulsado de su pueblo, entregado a los paganos, Jesús entrega ahora el espíritu. Es la nueva creación, la nueva humanidad que Jesús comienza en fidelidad a Dios. Con su misión cumplida, según la encomienda del Padre, Jesús es presentado como el cordero sacrificado de la nueva Pascua. El agua viva de la que hablaba con la samaritana, brota ahora de su costado abierto. El cuerpo muerto de Jesús es fuente de vida y de salvación para quien cree en él. La cruz, estandarte de salud. Se expone ante todos para aquellos que quieran creer y darle su adhesión.

JUAN SEGURA