VIA CRUCIS SEGÚN SAN MATEO

Siguiendo el esquema tradicional de las catorce estaciones, con texto bíblico y reflexión, las propongo en este ciclo A tomadas de la Pasión en el evangelio de Mateo. Se comienza cada estación con “Te adoramos, oh Cristo…” después de su enunciado; sigue la cita bíblica; a continuación la reflexión aquí recogida y puede acabarse con el Padrenuestro. Como otras veces, se puede acceder a una versión más extensa -con las citas bíblicas más una plegaria- en mi web: www.geocities.com/thalithaqumi/.

Primera estación: Los jefes de los sacerdotes y los ancianos deciden dar muerte a Jesús. Mt 26, 3-5.

Sentenciado. El Justo, el Inocente. Los que tenían como función acercar a los hombres a Dios… deciden dar muerte al Hijo de Dios. Su pecado les ciega. Su dominio sobre los demás, sobre los pobres; los abusos del culto y de las ofrendas; el poder que les da dinero y seguridad; la institución por encima de la persona… sólo puede conducirles a lo que hacen: cometer el mayor pecado, lo que Dios reprueba. Porque ellos, en realidad, no están con Dios, sino sólo consigo mismos y lo que intentan salvaguardar.

Segunda estación: La unción de Jesús en Betania anuncia su muerte. Mt 26, 6-13.

Una muerte anunciada. Los discípulos no son muy conscientes de lo que se viene encima. Jesús lo había anunciado, pero ellos son duros para comprender. Esa mujer en Betania, ¿es que lo intuye y se adelanta? ¿o el gesto que realiza es sólo casual? Quizás no lo lleguemos a saber nunca, pero Jesús aprovecha el gesto para volver a anunciar su muerte que se aproxima. Por otra parte, no hay que plantear la disyuntiva Jesús-pobres. Él se va como vino: pobre entre los pobres. El ungüento evoca el embalsamamiento.

Tercera estación: Judas decide vender a Jesús por treinta monedas. Mt 26, 14-16.

Uno de los doce. Uno de sus incondicionales se ha extraviado y se desvincula de Jesús. Aún mas: lo traiciona, lo vende. Ya no distingue el bien del mal, ya confunde las cosas y no sabe hacer un discernimiento. Muy grandes sufrimientos y desprecios puede soportar el ser humano, pero el hecho de que uno de sus amigos lo venda por dinero está en la cima de ellos. Hasta por eso ha pasado Jesús en su pasión. Parece que la pasión lo condensa todo, que cualquier sufrimiento humano se ve reflejado en la pasión de Jesús.

Cuarta estación: Jesús, en la última cena, instituye la Eucaristía. Mt 26, 26-30.

Un rato de solaz en la intimidad. Una cena de despedida. Tono grave y solemne para la ocasión. Todo tiene atmósfera de testamento, de últimas voluntades, de recopilación de todo lo vivido con los suyos, de últimas instrucciones. Y ahí… la Eucaristía: Esto es mi cuerpo… Ésta es mi sangre… que se derrama por todos para el perdón de los pecados. Pan y vino en la mesa anuncian su cuerpo y su sangre en la cruz. En los acontecimientos que van a suceder, Dios sellará, por la sangre de Jesús, la nueva alianza anunciada.

Quinta estación: Jesús ora, angustiado, en el huerto de Getsemaní. Mt 26, 36-39.

Son sus últimos momentos en libertad. Momentos a solas con el Padre. Ha querido involucrar a los más cercanos, pero… no han podido velar; su sueño delata su ausencia. Jesús se ve solo ante la angustia. Jesús se ve solo ante la muerte. Siente su propia debilidad y quisiera alejarse de lo que le sobreviene. Sólo la fidelidad a su proyecto, a su misión, al Padre y a la humanidad le hacen aceptar voluntariamente su destino. Su unión con el Padre puede más que su deseo de escapar de Getsemaní. Será fiel hasta el final.

Sexta estación: Jesús es arrestado en Getsemaní. Mt 26, 47-50.

La traición se ha consumado. Por si acaso los guardias de los sacerdotes no lo conocen, Judas lo besa. Es penoso, porque ese beso era la contraseña que habían convenido para identificarlo. Hasta un gesto de amor y de cariño se puede convertir en un elemento de traición y de entrega. No puede uno fiarse ya ni de quien le besa. A partir de este momento, Jesús queda a merced de los injustos y pecadores, de los que quieren eliminarlo, de quienes han abandonado a Dios, de quienes han renunciado al amor.

Séptima estación: El Sanedrín condena a muerte a Jesús por declararse “Hijo de Dios”. Mt 26, 63b-66.

El juicio es una farsa. La decisión de acabar con él había sido tomada ya de antemano. Es una sesión en la que sólo hay acusadores y no hay defensa. No hace sino ratificar lo que los responsables habían decidido ya antes. El sumo sacerdote conjura a Jesús a que diga si es el Hijo de Dios. Pero no estaba dispuesto a escuchar la verdad; sólo aceptaría por válida “su” verdad. La cerrazón hacia Jesús es también la cerrazón hacia Dios. Si antes se habían alejado de Dios, ahora acaban expulsándolo. La condena de Jesús es su propia sentencia.

Octava estación: Pilato envía a Jesús a la cruz y suelta a Barrabás. Mt 27, 24-26.

Parece que Pilato puede hacer algo, pero no. Va a condenar a un hombre y a soltar a otro, pero haga lo que haga, terminará condenando bien al Hijo del Padre, bien a un hijo del Padre. El nombre de Pilato irá siempre asociado a la sangre, a la condena, a la cruz. Su lavatorio de manos no le exime de su responsabilidad. Los acusadores de Jesús habían cambiado ante él el motivo de la condena; ahora es un argumento político y Pilato suelta a Barrabás. Jesús termina ocupando el lugar de un bandido.

Novena estación: Los soldados de Pilato humillan a Jesús. Mt 27, 27-31.

El proceso ante el Sanedrín termina con la burla hacia Jesús. El proceso ante Pilato acaba también así. La burla de los soldados está llena de ironía y afecta a la cualidad real de Jesús. Pero ellos se mofan de la realeza tal como ellos la entienden. En realidad, el sarcasmo se realiza a propósito de los símbolos reales al modo humano. El reino de Jesús no es ese ni es así; la realeza de Jesús no es como la entienden los soldados, por eso, a pesar de la humillación, la forma de rey-siervo de Jesús ha quedado intacta.

Décima estación: Jesús es crucificado en el monte Gólgota. Mt 27, 35-37.

La crucifixión de Jesús conlleva su desnudez y el letrero de la acusación, que acaba reconociendo la identidad de Jesús de manos de los paganos. Expulsado de su pueblo al ser entregado en manos de paganos, es ahora también expulsado de la ciudad santa. La crucifixión de Jesús tiene lugar en el Gólgota, al otro lado de las murallas. Todo ser humano se enfrenta a la muerte en soledad, pero la soledad de Jesús es manifiesta. Mateo sitúa sólo a los soldados al pie de la cruz; las mujeres lo ven sólo de lejos (27, 55).

Undécima estación: En la cruz, Jesús es tentado de un abandono triunfal. Mt 27, 39-44.

Es una de esas veces en las que cuesta mantener el tipo. Uno sabe qué es lo que quiere, cuál es su opción fundamental, cuál la fidelidad a la que ha sido llamado y que ha decidido seguir. Pero el ambiente, el entorno, las circunstancias… todo invita a lo contrario. Es necesaria una decisión firme, unos recursos eficaces, unos apoyos robustos, una fe inquebrantable. Jesús pudo abandonar en ese momento, haber cedido a la tentación que todos le proponían, pero había decidido ser fiel y Dios le ayudó a serlo.

Duodécima estación: Jesús ora al Padre desde la cruz. Mt 27, 45-46.

Lo que Jesús grita desde la cruz, momentos antes de morir, son las palabras del comienzo del salmo 22. Proféticamente, sus estrofas contienen varios de los elementos que Mateo nos ha narrado en la pasión y en el momento de la crucifixión. Lógicamente, Jesús no continúa en ese momento con el resto del salmo, pero no se nos escapa que contiene una plegaria confiada (v. 20-22) que pide protección y refiere también la victoria de Dios al final del padecimiento. En la cruz, Jesús ora y confía.

Decimotercera estación: Jesús muere en la cruz. Mt 27, 50-54.

Se ha consumado el injusto crimen. La condición humana que Jesús había asumido en la Encarnación ha terminado expulsándolo también de entre ellos. La humanidad no ha sabido cuidar para Dios al Hijo que había puesto en sus manos y toda la obra creada se resiente del crimen. Pero, por la entrega voluntaria de Jesús a este momento, el mundo se convierte ahora en el escenario de la salvación y la redención. Definitivamente, la ofrenda de Jesús en la cruzes su victoria; y esa victoria nos ha traído la vida.

Decimocuarta estación: Jesús es sepultado. Mt 27, 57-60.

Aparece en escena José de Arimatea para reclamar el cuerpo de Jesús y sepultarlo. La presencia de este hombre indica que también había gente rica entre los discípulos de Jesús. El cuerpo del Crucificado es enterrado en un sepulcro nuevo. La piedra rodada separa el mundo de los muertos del de los vivos, el sello que garantiza dos mundos aparte. Pero el cuerpo de Jesús no permanecerá ahí definitivamente. Esa piedra volverá a ser rodada la mañana de Pascua porque Jesús no estará ya en el mundo de los muertos. El sepulcro de Jesús es un sepulcro de esperanza, pues apunta hacia la resurrección.

JUAN SEGURA