LA DEBILIDAD DE DIOS.
Jesús entra en nuestra historia como un niño inevitablemente débil y muere como un hombre sin ningún poder social. A lo largo de su vida la encarnación la hace cotidianidad acercándose a las personas, no desde la imposición de la fuerza, sino desde la proximidad de su ser expuesto a los demás.
En Jesús, Dios se expone, se arriesga, corre peligro al presentarse ante la humanidad en la debilidad de una existencia que se nos acerca sin ninguna fuerza armada ni institucional, simplemente como un hombre que expresa la sabiduría de Dios sin amparo alguno, sin el aval de títulos certificados, sino tan sólo con la autoridad que brota de su propia persona.
Jesús no forma un pueblo innumerable como Abrahán, ni lo saca de la esclavitud como Moisés, ni lo hace fuerte como David, ni construye un templo como Salomón… Muerto en la plenitud de su vida nos está expresando la radical debilidad de un Dios que se pone en nuestras manos y se expone a sufrir. La cruz de Jesús está formada por el amor vulnerable de Dios que se arriesga en la historia. Jesús es la debilidad de Dios y la debilidad de Dios nos descoloca.
En muchas ocasiones se ha presentado la imagen de un Dios inalcanzable por el sufrimiento humano, repartiendo gracias desde la distancia de su cielo inaccesible, desde su felicidad inmutable. El dolor se veía exclusivo de la condición humana. Sin embargo, en Jesús se nos revela que el sufrimiento de cada persona es también el sufrimiento de Dios, que el dolor del mundo es la pasión de Dios y que, en consecuencia, la pasión por Dios tiene que ser inseparablemente la pasión por este mundo.
La imagen de Jesús en la cruz es la expresión máxima de la debilidad de Dios pero también de su amor fiel e insuperable. En ella aparece Jesús como “un maldito”. No sólo se crucifica a su persona sino también todo su proyecto. El Reino de Dios parece desangrarse y morir con el Crucificado. En la cruz se nos revela lo cruel e injusta que es cualquier agresión a la vida. Cuando herimos a los demás, por acción o por omisión, herimos también a Dios, o cuando apartamos el rostro y la mirada de las personas destruidas (Is 53,3) o de sus verdugos, estamos huyendo del rostro del Dios vivo.
En Dios, la debilidad se entremezcla con el amor. En su relación con la humanidad Dios es todo amor, pues El es “el Amor” (1 Jn 4,8). Sólo el Amor es todopoderoso y por eso, todo debilidad. En este día de Viernes Santo, somos invitadas e invitados a situarnos en la perspectiva de este amor “loco” de Dios que se ha manifestado en su hijo Jesús, sin paralizarnos por la debilidad de la cruz en sus manifestaciones más radicales y diversas.
Sólo quien ama con pasión puede saborear lo que hay ya ahora de vida eterna, imperecedera, en los episodios sencillos de la vida cotidiana. Jesús vino, desde la debilidad, para vivir en plenitud y para que tengamos vida en abundancia; amar con esta pasión nos impulsa a un compromiso radical con la vida, especialmente con la vida más amenazada, y esto crea conflicto. Amar así conduce al sufrimiento y a la muerte, lo estamos contemplando hoy.
Si acogemos la propuesta de Jesús también nosotras y nosotros experimentaremos la pasión del amor que nos llevará a ser, en medio de las gentes, una palabra expuesta de Dios. Nuestra propia debilidad ya no es excusa para el riesgo. Como El, desde nuestra fragilidad, nos entregaremos a la muerte gracias a la pasión que sentimos por la vida.
MARICARMEN MARTÍN