(Son muchos años ofreciendo “Via Crucis” y dentro de las devociones populares tenemos muchas otras celebraciones. Este año, hemos decidido ofreceros esta).

En la piedad del Pueblo de Dios, se tiene muy en cuenta la figura de la Madre de Jesús, que es también la Madre de la Iglesia. La Piedad, la Soledad, la Virgen de los Dolores ocupan un lugar importante en las expresiones de amor y de com-pasión de muchos cristianos ante los duros momentos del Hijo en su Semana Santa. Ese dolor, esa pena de Jesús, son también la pena y el sufrimiento de la Madre, pero no solo en la Pasión: María sufre con él y por él desde el anuncio de su concepción. La corona de los siete dolores no resulta muy bíblica en todos los momentos que contempla, pero es la manifestación de la piedad y la participación de todos en el sufrimiento del Señor Jesús, unido al de la Madre común. Porque también ella nos hace hermanos.

PRIMER DOLOR: LA PROFECÍA DEL ANCIANO SIMEÓN

-¡Dios mío! Qué nos ha dicho este hombre de Dios, cuando todo era alegría en nosotros por el nacimiento de Jesús. Es un hombre de Dios, no cabe duda, pues lo ha reconocido como el Salvador con solo verlo. Pero ha dicho que será signo de contradicción. ¿Cómo será eso, si procede de Dios, si es tan esperado por todo el pueblo? Y ha añadido que a mí una espada me traspasará el alma. ¿Qué querría decir con eso? Me han inquietado sus palabras.

Tan solo unos días después de su nacimiento, las palabras de Simeón preocuparon a José y a María. Dios hablaba por sus labios. En efecto, Jesús no iba a ser aceptado y reconocido por todos, por eso sería signo de contradicción. La religión que se vivía oficialmente en Jerusalén no era auténtica. Estaba llena de conveniencias e intereses personales y de grupos sectarios. Jesús propondrá un paso hacia la autenticidad de fe con la vida que no estarán dispuestos a dar. Esa distancia entre Jesús y las autoridades dará con él en la cruz. Su muerte violenta será la espada anunciada que traspasará el alma de María.

Dios te Salve, María, llena eres de gracia… Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…

SEGUNDO DOLOR: LA HUIDA A EGIPTO

-Hoy me ha inquietado José. Me ha dicho que Dios le ha hablado en sueños para que nos vayamos a Egipto, pues Herodes persigue matar a Jesús. Todavía no me he repuesto del parto, y ahora tenemos que huir. Un largo viaje para salvaguardar la vida del pequeño Jesús. Y nuestras familias quedan en Nazaret. ¿Qué vamos a hacer allí nosotros solos? No conocemos a nadie y vamos a ser extranjeros. ¿Cómo podremos salir adelante? Seguro que Dios nos proveerá, pero si José no tiene allí taller ni herramientas…¿Será por mucho tiempo?

Un viaje a la inversa del Éxodo. Donde el pueblo de Dios fue esclavo, ahí va ahora Jesús con su corta familia. Pero fue allí donde Dios se manifestó a los suyos, donde actuó para darles la libertad, donde fundó el pueblo de Israel propiamente y donde estableció alianza con él. Moisés lo condujo por el desierto hacia la libertad. Así será, de nuevo con Jesús. Salido de Egipto, como Moisés, conducirá al pueblo a una libertad más profunda, a una nueva alianza. Venido de Egipto, Jesús será el nuevo y definitivo libertador del nuevo pueblo que Dios ha escogido y que es la entera humanidad.

Dios te salve, María, llena eres de gracia… Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…

TERCER DOLOR: JESÚS, PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO

-¡Dios mío; que no encontramos a Jesús! Yo estaba convencida de que iría con José. Y él pensó que iba conmigo en la caravana. ¡Qué angustia y qué agobio! Y al final, resultó que ni con uno ni con otro. Tuvimos que volver a Jerusalén y, gracias a Dios, que lo encontramos en el templo. Por cierto, que acabó él reprochándonos a nosotros por no entender que estuviera ocupándose de las cosas del Padre. ¡Hay tantas cosas que se nos escapan de nuestro Jesús! Dios nos confió esta misión, y ¡qué difícil! Yo sé que Dios nos ayuda y se preocupa de nosotros y que nos ayuda a cuidarlo y a enseñarle; pero hay veces que nos preguntamos si estaremos acertando…

Prioridad de la autoridad del Padre con respecto de la de José y María. Este es el mensaje que encierra el episodio del niño perdido y hallado en el templo. También que Jesús tenía conocimiento de quién era ya desde pequeño. José y María debieron sentir un verdadero desasosiego al ver que habían perdido a Jesús con doce años. ¡Dios les había confiado tanta responsabilidad! ¿Y ahora qué? No han sabido cuidar de él, se culparían. ¿Le habrá ocurrido algo malo? ¿Qué estará viviendo él en estos momentos? Sin embargo, Jesús estaba ajeno a la preocupación de sus padres y al viaje de vuelta. Más bien, el niño estaba a lo suyo, a la misión divina y trascendente que había recibido.

Dios te salve, María, llena eres de gracia… Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…

CUARTO DOLOR: MARÍA Y JESÚS SE ENCUENTRAN CAMINO DEL CALVARIO

-¿Pero qué es esto, Señor? ¿Qué te están haciendo, Jesús? ¿Pero por qué? Si tú no has violado ninguna ley; si tú eres bueno por tu propia naturaleza. Si eres el Hijo del Espíritu Santo. ¡No saben quién eres en verdad! ¡Díselo, díselo, que te soltarán si se lo dices! Estás todo ensangrentado; ¿qué te han hecho? Estás magullado y malherido… ¡Mi hijo; hijo del alma; mi Jesúuuuuuuuuusss! ¡Quitadle ese madero; quitádselo; ¿no veis que no puede?! Soltadlo, es mi hijo, es un hombre bueno, soltadlooooooo! ¡Pero, pero… por el amor de Dios..!

Cuántas preguntas sin respuesta. ¿Por qué le sucede esto a su buen Jesús? ¿Por qué lo detuvieron? ¿Por qué el acto público en el pretorio? ¿Por qué han indultado a Barrabás? ¿Por qué está pasando esto? No, no es un sueño ni una mala pesadilla. Es real; Jesús ha sido maltratado hasta el extremo y lo llevan a matar en una cruz. Cuál es peor: el dolor físico del hijo o el dolor moral de su madre? ¿Qué madre podría soportar ver a su hijo en esas condiciones? Y la pregunta última: ¿Era este el designio con que se encarnó en sus entrañas? ¿Se estaba haciendo en esto la voluntad de Dios?

Dios te salve, María, llena eres de gracia… Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…

QUINTO DOLOR: LA MUERTE DE JESÚS EN LA CRUZ

¿Por qué? ¿Por qué, Dios mío, por qué? ¿Por qué muere así mi hijo… Como un bandido, como un ladrón, como un asesino…? Él, que solo había hecho el bien a los demás… Había ayudado a todo el que ha podido. Había curado a los enfermos… Había vuelto a la vida a los muertos… Él, que hablaba del amor con el que Dios ama a la humanidad… De la misericordia y del perdón… ¿Por qué yo estoy teniendo que vivir esto…? ¿Por qué he tenido que ver a Jesús morir, Dios mío? ¿Por qué no me has llevado antes a mí?

Ninguna de sus preguntas obtiene respuesta en esos momentos. Todos los que le aman se preguntan, pero Dios calla, guarda silencio. En verdad, toda madre que ve morir a su hijo se hace las mismas preguntas. Pero ninguna se responde entonces. Solo el tiempo que pasa y lo que sucede después dan una respuesta satisfactoria en el caso de Jesús, pero no en todos los demás casos. Dentro de todo, María vivió la más dura experiencia que puede vivir una madre: ver morir a su hijo y, además, en circunstancias trágicas, ajusticiado como un malhechor. Pero Jesús había aceptado su muerte; había ofrecido voluntariamente su vida al Padre. Su significado profundo no podía verse en el Gólgota, pero lo que allí ocurrió cambió para siempre la suerte de la humanidad. Jesús fue fiel por todos.

Dios te salve, María, llena eres de gracia… Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…

SEXTO DOLOR: EL CUERPO DE JESÚS, ENTREGADO A SU MADRE

Llanto. Llanto y dolor extremo. María no puede decir nada. Gritos desgarrados, amargura, desolación. El cuerpo del hijo amado, del hijo del alma, yace, yerto, en el regazo de la Madre…

La imaginería de la escena de la Piedad suele colocar a la Virgen delante de la cruz, con el hijo muerto sobre sus rodillas. Está como para poderla apoyar. Un momento así, aun sentada en el suelo, es como para no poder guardar el cuerpo erguido sin un apoyo detrás. La ausencia de la cruz y el rostro sereno de María en la obra maestra de Miguel Ángel contrastan con el gesto horrorizado, los brazos abiertos –suplicantes las manos- y la gran cruz que apoya la espalda de  la madre en la obra maestra de Gregorio Fernández. Así le devuelven a su Jesús. Muerto y escarnecido se lo dan. Humanamente, no hay lugar para otra cosa que no sea el llanto, el espanto, el grito y el ahogo que son producidos por una gran frustración. ¿Qué otra cosa se puede hacer sino aceptar al hijo muerto? Pero la aceptación se hace con un sentimiento de impotencia indescriptible.

Dios te salve, María; llena eres de gracia… Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…

SÉPTIMO DOLOR: LA SEPULTURA DEL CUERPO DE JESÚS

-Me han dado muerto a mi hijo y, además, me lo retiran con prisas… Hay que sepultarlo antes de que atardezca, pues la caída del sábado –este sábado es la pascua judía- impediría enterrarlo antes del domingo con las primeras luces. Dicen que este hombre, José, que era amigo de mi hijo, ha ofrecido un sepulcro cercano de su propiedad. Ya su cuna le fue prestada; ahora, también el sepulcro. No tuvo donde nacer ni donde ser enterrado. Nada fue suyo. Pero… ¿cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo es posible que la vida de Jesús acabe aquí de esta manera? ¿Y todo lo que me fue anunciado? ¿Y las veces en que Dios habló desde el cielo para decir que ahí estaba su Hijo amado? Dios sabe lo que hace y nada se sale de su designio, pero ahora no puedo pensar, no puedo comprender qué está pasando… Yo no había contado con esto.

El momento del sepulcro es el último dolor de la Virgen María. Es un momento cargado de emoción, pero todo sucedió muy deprisa. El atardecer en Palestina al comienzo de la primavera es temprano y, al caer el sol, se iniciaba ese sábado solemne de la pascua judía. María acompaña, asiste a la escena con aceptación e impotencia. Su mente no puede pensar. Ni siquiera recuerda los anuncios de su resurrección. María acepta lo que ocurre y lo deja en las manos de Dios, porque, pese a todo, ella sigue con su confianza puesta en Dios. Aunque sus ojos solo pueden mirar como miran los ojos de los hombres, percibiendo todo lo que ocurre pero viviéndolo con profundo sufrimiento. Piedad, misericordia, perdón… son palabras que estuvieron en la boca de Jesús en sus últimos momentos, pero que ahora aún no pueden salir de los labios de María. Volver a Jerusalén dejando sepultado el cuerpo de Jesús es la total desolación. A nadie en el mundo se le podría pedir un padecimiento mayor que el de María.

Dios te salve, María; llena eres de gracia… Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…

FINAL

La sepultura de Jesús no va a ser algo definitivo. Más bien será una sepultura muy provisional. El dolor de la madre se convertirá muy pronto en gozo y alegría; el fracaso aparente de su vida se tornará en un derroche de generosidad y de amor de Dios por nosotros, que le va a llevar a la gloria por toda la eternidad. El hijo de María, que es también el Hijo de Dios, resucitará del sepulcro y será constituido Señor de cielo y tierra. María estuvo presente en los comienzos de la vida de la Iglesia y cuánto tuvo que disfrutar de las reflexiones y las narraciones de Juan, el discípulo amado, sobre Jesús. Con él vivió, según la tradición, hasta el final de sus días.

Santa María, Virgen de la Alegría, ruega por nosotros.