HORA SANTA

(Conviene prever la participación con suficiente antelación,  adecuar su duración a la comunidad convocada, y combinar apropiadamente la palabra y el silencio, que favorezca la oración)

Dios llora a medianoche

La Semana Santa adquiere su mayor densidad y dramatismo en Getsemaní. En el monte de los olivos Jesús vive sus más angustiosas y angustiadas horas. La oscuridad de la noche de la primera luna llena de primavera hace presagiar la tragedia. Pero la cruz será la luz. La noche dará paso al día. Es la pasión, la pascua, el paso del Dios del amor.

«Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos».

«Vosotros sois mis amigos».

Getsemaní no tiene una celebración litúrgica propia, exclusiva, común, aun cuando quien no vive Getsemaní difícilmente puede recorrer el Vía Crucis, ascender al Calvario y descubrir su cruz y su gloria. Esta noche es tiempo para la plegaria, para la preparación de la Hora de Nona, la hora más esperada de toda la historia cuando Jesucristo ofrezca su cuerpo lacerado y su alma entregada y la muerte sea vencida en prenda inmediata de resurrección, como el grano de trigo que sólo enterrado en la tierra puede germinar.

Vamos a acercarnos al monte de los olivos… donde Jesús se hace ofrenda, donde Jesús, confiando en el Padre, arriesga su vida. Todo está en juego…. Su grito es “hágase tu voluntad”, su actitud será… “Padre… me fío de ti”.

Vamos a Getsemaní a acompañar a Jesús que hoy sigue diciendo “Padre… me fío de ti”, vamos a abrir los ojos a quienes están hoy en Getsemaní y se debaten entre la confianza y la decepción, entre la esperanza y la desilusión, entre el sueño de justicia y la realidad tantas veces injustificable.

En Getsemaní también están los que pasan hambre y sólo esperan un plato de comida, los que sufren la violencia y sólo sueñan en un día de paz, quienes han perdido el norte de su vida y sólo esperan una señal que aporte una dirección a su existencia.

Vamos a Getsemaní a acompañar a Jesús y con él a los que sufren hoy la cruz.

(Alguien lee en voz alta para todos): Mt 26, 36-46

“Padre, aparta de mí este cáliz”

Jesús pide que no se le avecine lo que le parece inevitable, que no se materialice lo que presiente va a ser su doloroso final. Como a nosotros, no le gustaba sufrir, no busca sufrir, su sufrimiento es consecuencia de su vivir y enfrentarse al mal, de su cumplir la voluntad de Dios al denunciar las injusticias y anunciar que la vida tiene que ser vivida de otra manera: que no se puede ignorar el sufrimiento de otros, ni regodearse en la propia comodidad, que uno no se puede escudar en la religión para mantener en la miseria y la ignorancia al pueblo, que lo que los sacerdotes y fariseos hacían no encajaba en la voluntad del Padre sino en su propio beneficio. Jesús no buscó nunca el conflicto, pero no huyó de él cuando fue manifiesto que estaban hablando de un Dios diferente, no dudó de la Buena Noticia: Dios nos ama, nos libera, nos espera, sabe de nuestros pecados, no le gustan y espera nuestra conversión pero es lento a la ira y rico en misericordia.

“Padre, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”

No obstante, consciente de que la omnipotencia de Dios es en el amor y no en cambiar los acontecimientos históricos, que asume plenamente la libertad humana, Jesús se pondrá en manos de Dios aunque la voluntad de Dios no es la cruz ni la muerte ni el sufrimiento, Jesús acepta que el amor del Padre pasa por respetar la libertad de las criaturas y con ello su opción por el mal.

«Volvió junto a sus discípulos y los encontró dormidos;

entonces dijo a Pedro: ¿Ni siquiera habéis sido capaces de velar una hora conmigo?»

«Velad y orad para no caer en tentación: pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil».

Si queremos ir a Getsemaní tenemos que imaginarnos al lado de Pedro, ser un discípulo más, ver a Jesús que nos dice que recemos mientras Él se aleja para rezar en soledad, que le acompañemos en su oración e imaginemos que como a los discípulos se nos cierran los ojos de cansancio, de tristeza, de incomprensión, y nos dormimos. Y es Jesús quien nos despierta desolado ante nuestro sueño, como si de un amigo se tratara que nos ha pedido que le acompañemos para hacer algo importante y nos hemos dormido antes de ir donde habíamos quedado y nos llama para preguntarnos dónde estamos, algo así le pasó a Jesús. Él llora y suda sangre mientras sus amigos parecen ajenos a lo que le está pasando, parecen querer darle la espalda a la realidad y despreocupados se duermen al primer síntoma de sueño. Así actuamos nosotros tantas  veces…

Pongamos ante Dios todas las veces que nos hemos quedado dormidos. ¿Qué cuándo le hemos dado la espalda? Cuántas veces hemos mirado hacia otro lado cuando un pobre nos pedía limosna en medio de la fría calle, cuántas ante todos los desastres humanitarios (guerras, conflictos, hambrunas, sequías, tsunamis, huracanes, terremotos, inundaciones,…) han permanecido impasibles e intactas nuestras cuentas corrientes, todas las veces que nos hemos callado cuando alguien criticaba a otro, o nos hemos reído haciéndole la burla a alguien, cuántas hemos ocultado ante otros nuestro ser cristiano, nuestra pertenencia eclesial, cuántas veces hemos sucumbimos al consumismo y gastamos más de lo que necesitamos o deseamos más de lo que tenemos, cuando sólo pensamos en nosotros mismos, en nuestro cansancio y dejamos que nos venza el sueño o la comodidad en lugar de escuchar o ayudar al otro, ….

En esta noche nos hacemos conscientes de todas nuestras siestas a deshora, de todas nuestras inconsciencias, de nuestros pecados… de todos los momentos en que no hemos sabido velar y orar.

Te pedimos perdón Padre por todas las veces que no hemos estado atentos o despiertos, por todas las ocasiones en que no hemos sabido velar, escudriñar la realidad para ver a qué nos llamabas, qué palabra teníamos que pronunciar para hacer más real el Reino en nuestra realidad, por….  (cada uno expresa en su corazón una petición de perdón y los que lo deseen lo comparten públicamente)

En esta noche que velamos con Jesús en el monte de los olivos, vamos a hacernos algo más conscientes del sufrimiento de tantos de nuestros hermanos, que sufren en Cristo y por quienes Cristo sufrió.

Velad y orad para no caer en tentación.

Velad y orad, esa es la recomendación, ante la Cruz,

ante el dolor, ante el sinsentido, velad y orad.

Velamos para sentir quemillones de personas mueren por no tener alimento. En nuestro mundo hay recursos suficientes para el alimento de todos y sin embargo el hambre sigue siendo la peor lacra de la humanidad.

Oramos al autor de la vida para no ser impasibles ante tanto sufrimiento, para que mueva nuestros corazones para que sepamos compartir nuestros bienes, exigir justicia a nuestros representantes y trabajar porque en el mundo nadie sufra necesidad.

Velamos para estar atentos a acompañar a tantas personas que sufren en su cuerpo o en su espíritu, nos acordamos de los discapacitados físicos y psíquicos, de los enfermos crónicos, de los ancianos, que muchas veces quedan “aparcados” en hospitales y residencias.

Oramos al Señor de la salvación que nos dé entrañas de misericordia e inspire el gesto y la palabra oportuna con el que sufre, con quien lo pasa mal, con los enfermos o con quienes sufren por un motivo u otro.

Velamos para ser conscientes de la violencia, el odio, la guerra y la destrucción masiva producida por las cada vez más potentes armas, con las que tantos de nuestros hermanos conviven.

Oramos al Señor de la concordia para que, Tú que dijiste a los apóstoles “la paz os dejo, mi paz os doy”, nos des la capacidad de ser instrumentos de paz allí donde estemos. Haznos capaces de guiarnos por el diálogo y el perdón, para que así sembremos paz entre las personas y entre las naciones.

Velamos para mirar la vida desde los que sufren exclusión: Cada día vemos a personas tiradas, enganchadas a un envase de vino, o escondidas debajo de unas mantas o cartones. Muchos de ellos son jóvenes, que deambulan sin saber qué hacer o a dónde ir. Hasta les hemos puesto nombre: “los sin-techo”

Oramos al Padre de la acogida, que nos recibe con los brazos abiertos, que cuando nos acercamos nos hace una fiesta, para que no seamos marginados ni marginadores, que nos ayude a acoger y aceptar a todos los excluidos, para que los incluyamos en la casa común de la fraternidad.

Velamos para ponernos en la piel de tanto inmigrante en tierra extraña que vive a nuestro lado, para ponernos en el lugar de muchas personas ponen rumbo a una esperanza sin norte y dejan familia, amigos, posesiones… para cruzar el estrecho, venir en avión o en autobús, con o sin papeles, con o sin contrato, y que sólo traen necesidad e ilusiones.

Oramos al Dios del Amor, para que no olvidemos que la tierra es suya y que nosotros somos administradores, por lo que tenemos que edificar un mundo en el que nadie tenga que salir de su hogar por miedo, o por hambre, un mundo donde no se levanten barreras a costa de la vida de personas.

Velamos para descubrir cuántos de los que nos rodean han perdido la esperanza, ya no sueñan, no tienen ilusiones, han perdido la fe y el rumbo, no saben por dónde tirar: su vida, su familia, el trabajo, los amigos, el entorno… no significan nada.

Oramos al Dios de la ilusión para que nos dé fuerza para acompañarles a recuperar la esperanza y nos enseñe cada mañana a dar gracias por el regalo de un nuevo día, a saber percibir el gozo de estar vivos, a disfrutar del encuentro con las personas que nos rodean y a sentir que Tú estás a nuestro lado alentando nuestra existencia.

Velamos para hacernos conscientes de todos los que trabajan bajo condiciones precarias o viven con angustia no poder tener un trabajo, en esta crisis económica los trabajos son más precarios, los contratos más temporales, los expedientes de regulación de empleo más frecuentes, muchas familias tienen todos sus miembros en el paro y sobreviven a duras penas.

Oramos al Señor de la Justicia, que nos confía la tierra para que continuemos su obra, para que asumamos la responsabilidad de ser cooperadores suyos en su construcción; para que toda tarea, toda labor se oriente al bien común; se asiente en un trabajo justo y favorezca la vocación de la persona y el desarrollo de su dignidad.

Velamos para no dar la espalda a ….

Oramos al Padre de Bondad para que …

En este velar y orar que nos abre los ojos al sufrimiento de tantas personas nos vamos haciendo conscientes de las lágrimas de Dios.

Si Dios llora a medianoche ¿no es deber nuestro estar despiertos a esa hora y llorar con Él y por Él?  Esas dos lamentaciones, la suya y la nuestra, son la expresión de una comunidad humano-divina en vigilia, y el descubrimiento de que esta capacidad de estar en vela junto a Dios en medio de las grandes tinieblas, abre un espacio de esperanza en medio del mal.

Quien está conmovido por el dolor divino y se mantiene despierto a causa de sus lágrimas, inaudibles en medio del estruendo del mundo, permanece atento y en contacto con aquello que, en lo más secreto de sí mismo, le habla de una realidad que le desborda, y experimenta de nuevo cómo el soplo de Dios transforma el polvo en “alma viviente”.  Catherine Chalier

Quizás tengamos la tentación de creer que nuestro velar y nuestro dejarnos conmover por lo que hemos descubierto tras mantener abiertos los ojos en esta noche no sirve para nada, no cambia el sufrimiento de tanto de nosotros, ni siquiera el nuestro propio. Mas no es así, nuestro velar junto a Dios, nuestro estar atentos a lo que otros viven, nos habla de que se puede construir una nueva humanidad, de que Dios tiene poder para hacernos renacer de nuestro egoísmo, de que nosotros somos capaces de dejarnos afectar por las lágrimas de Dios y  nuestras lágrimas nos llevan más que al dolor y la desesperanza, más que a querer tirar la toalla, a exclamar juntos, con fuerza renovada, con ilusiones nuevas:

“Bendecid al Señor, hermanos míos,
que levanta a sus hijos en los brazos:
sus brazos son murallas protectoras,
sus brazos serán alas maternales,
sus brazos, el mejor hogar paterno.
Bendecid al Señor, hermanos míos,
que reparte su carne en alimento:
esa carne es el signo de su entrega,
esa carne aglutina a los amigos,
esa carne alimenta a los más débiles.
Bendecid al Señor, hermanos míos,
que se queda para siempre con nosotros:
su presencia es oasis y es hoguera,
su presencia es imán y es libertad,
su presencia es el centro de la vida.
Bendecid al Señor, hermanos míos.

Acabamos esta velada construyendo juntos un salmo de bendición, proponiendo los motivos que, desde nuestra experiencia creyente, nos impulsan a alabar las grandezas del Señor porque hemos descubierto su brazo protector ante el sufrimiento y la soledad, su carne que alimenta al hambriento y al desesperado así como su presencia liberadora de todo pecado y opresión. A pesar del mal, a pesar del sufrimiento, Dios no nos abandona, Dios no se rinde, Dios no nos deja solo, Dios nos sostiene en sus amorosos brazos paternales.

Cada participante que lo desee puede empezar su oración diciendo: «Bendito seas, Señor, por….» a lo que todos contestaran: «Bendito y alabado seas».