MEDITACION ANTE EL MONUMENTO.
EN TORNO A LA PASCUA JUDIA
La fiesta de la Pascua era la más solemne de las fiestas de Israel. Se celebraba en el primer mes del año judío, el mes de Nisán (correspondiente a mediados de marzo/mediados de abril). La fiesta duraba siete días, pero se consideraba día de Pascua al 14/15 de Nisán, cuando se comía la cena pascual.
La fiesta de la Pascua estaba unida desde varios siglos antes de Jesús con la fiesta de los ázimos (Ex 13, 3?10). En su origen, antes de Moisés, la Pascua fue una fiesta de pastores (se comía el cordero) y la de los ázimos, una fiesta de agricultores (se comía el pan de la nueva cosecha). Después de Moisés, estas fiestas populares se relacionaron definitivamente con la liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto. Y esto fue lo que Israel conmemoró durante siglos. La Pascua era algo así como la fiesta de la independencia nacional. Para el pueblo de Israel era el brazo de Dios quien le había abierto a sus antepasados el camino de la liberación.
El centro de la fiesta era la cena pascual. Y en el centro de aquella cena, lo más importante era el cordero. En tiempos de Jesús, el cordero se compraba generalmente en los atrios del Templo y se sacrificaba allí mismo. Los sacerdotes, descalzos, con las vestiduras propias del culto degollaban ante el altar los corderos que los israelitas varones llevaban hasta el atrio. Después de que la sangre hubiera corrido ante el altar, como sacrificio agradable a Dios, devolvían las víctimas a sus dueños, que las llevaban a su casa o a hornos colectivos que había en las calles para asarlos.
El cordero debía comerse dentro de los muros de Jerusalén. A la puesta de sol las familias, los grupos, los vecinos, se congregaban para la solemne cena. Por ser las casas pequeñas y tener que reunirse por lo menos diez personas por cada cordero, se comía también la Pascua en los patios, las terrazas y hasta en los tejados. Era la noche más solemne de todo el año. Primitivamente se cenaba dentro del Templo, en la explanada, pero unos cien años antes de Jesús se suprimió esa costumbre debido a las multitudes que se congregaban en la capital. Como un símbolo, las puertas del Templo permanecían abiertas de par en par durante toda la noche de Pascua.
La verdura que estaba prescrita para la ensalada de aquella noche era la lechuga. Pero podía hacerse también con achicoria, berros, cardos u otras hierbas amargas. La amargura era un recuerdo del dolor y las lágrimas del pueblo cuando fue esclavo en Egipto. La mermelada ritual de aquella noche, que se llamaba «jaroset», se hacía con distintas frutas (higos, dátiles, pasas, manzanas, almendras), varios condimentos (canela, sobre todo) y vinagre. Servía como aperitivo, untándola en pan. Su consistencia y su color recordaban a los israelitas la arcilla con que sus antepasados esclavos en Egipto habían amasado ladrillos para las enormes construcciones del faraón.
El pan que se comía durante los siete días de las fiestas de Pascua debía amasarse sin levadura. Eran los «massot» o panes «ázimos»: Estaba también prescrito que se barrieran todos los rincones de las casas, para que no quedara ni un polvillo de levadura dentro. La mentalidad primitiva veía en el proceso de fermentación del pan un símbolo de descomposición y muerte. Por eso, la costumbre de comer panes más «puros» en la fiesta. Los panes ázimos se hacían en forma de torta, algo gruesa. Recordaban los panes que los israelitas se habían llevado de Egipto en su huida, sin tener tiempo de esperar a que la masa creciera y fermentara. También algunos israelitas conservarían seguramente la antigua costumbre de señalar con la sangre del cordero sacrificado las puertas del lugar en donde se reunían para cenar. En la noche en que Israel había salido de Egipto aquella sangre fue la señal para distinguir las casas de los opresores, de las de los oprimidos (Ex 12, 2?13).
Ya en el libro de los Hechos se habla de que las primeras comunidades cristianas se reunían a orar en casa de Marcos (Hech 12, 12). Basándose en esto, una antigua tradición fijó en casa de Marcos el lugar donde Jesús habría celebrado la cena pascual en las vísperas de su muerte. Como ha sido imposible localizar este lugar en la Jerusalén de hoy, otra tradición más reciente sitúa el «cenáculo» en una amplia habitación de un segundo piso de un templo levantado en el monte Sión, al suroeste de la ciudad. En los bajos de este edificio los judíos veneran hoy la tumba del rey David. Ni un lugar ni otro tienen autenticidad histórica.
Después de lo ocurrido en el Templo y conocedor de un posible «paso en falso» de Judas, Jesús tuvo que participar con gran tensión en la celebración de la cena pascual. Durante aquellos días había estado viviendo clandestinamente en Betania. Jesús sabía que las autoridades habían puesto precio a su cabeza. Esto da a la cena su enorme dramatismo. Aquella celebración estaba cargada de resonancias proféticas. Contando con la posibilidad de un final cercano, pero a la vez esperando contra toda esperanza que Dios le salvara, Jesús celebró su última cena pascual.
En la época de Jesús los judíos contaban el tiempo diario haciendo coincidir el comienzo del día no con la medianoche o el amanecer como nosotros, sino con la puesta del sol. O más exactamente, con la aparición en el cielo de la primera estrella. A esa hora, al iniciarse el día, comenzaba la cena pascual, que debía prolongarse hasta muy entrada la noche. Permanecer en vela aquella noche era un importante gesto de fidelidad religiosa (Ex 12, 42).
Muchos cuadros y estampas nos han hecho imaginar la última cena de una forma que no se corresponde con las costumbres del tiempo evangélico. En primer lugar, se pinta a Jesús comiendo sólo con los doce apóstoles, cuando la tradición de Israel reunía aquella noche a hombres y mujeres por igual. Todo hace suponer que Jesús se reuniría con los doce y con las mujeres que ordinariamente iban en el grupo: Salomé, Susana, Magdalena, su madre, etcétera. En segundo lugar, las imágenes nos representan a los apóstoles y a Jesús sentados a la mesa según comemos hoy en día. Lo más probable es que los que participaron de aquella cena comieran semirrecostados, en el suelo, sobre esteras o cojines. En la noche de Pascua, en vez de sentarse, el ritual obligaba a recostarse. Estar reclinado era un símbolo de libertad. «Mientras los esclavos tienen la costumbre de comer de pie, en la Pascua es preciso que comamos recostados para manifestar que hemos pasado del estado de esclavitud al de libertad», decía una disposición ritual de la época.
Jesús y sus compañeros, antes de empezar esta cena de liberación, se ponen en pie ?signo de la esclavitud en Egipto? con sus bastones en las manos y las sandalias puestas. Son un símbolo de la prisa de aquella noche y del camino que iban a emprender y les llevaría hacia la Tierra Prometida.
El vino era un elemento básico en la cena pascual. Ordinariamente, en Palestina no se comía con vino. Y menos los pobres. Pero en las ocasiones solemnes, y especialmente en la Pascua, una característica esencial era la abundancia del vino. Según el ritual debían beberse como mínimo cuatro copas. Una de las costumbres de aquella noche era la espera de Elías, el mensajero del Mesías. Cada año, el pueblo de Israel esperaba para aquella misma noche la llegada del Mesías y su revelación definitiva como liberador del pueblo. Elías tenía en muchas casas un sitio reservado en la mesa del banquete pascual.
Para solemnizar la comida pascual una de las prescripciones era la de la purificación por el agua antes de comer el cordero. Como la gente usaba sandalias, los pies eran la parte del cuerpo que más se ensuciaba a diario. Los amigos de Jesús no eran de los «piadosos» (fariseos) aficionados a mil y una purificaciones. Pero aquella noche, hasta los menos cumplidores trataban de respetar los ritos. Era una forma de dar la máxima importancia a lo que se conmemoraba en la cena. Lavar los pies era misión de los criados o esclavos en las casas en que los hubiera. Cuando no los había, los lavaban las mujeres. Pero fue Jesús el que lo hizo aquella noche. El gesto de Jesús tuvo que ser espontáneo, totalmente natural, nada solemne o rígido. El no intentó demostrar a los demás que era humilde. El lo era, sin más. En esa sencillez, los discípulos leyeron, después de la Pascua, el importante mensaje que tenía: Dios se les revelaba en ese gesto como servidor, como compañero. Este gesto no es otra cosa que un signo de lo que fue toda su vida: Estar en medio de su gente, «como uno más».
Jesús, rompiendo la jarra, formula el voto de no volver a beber hasta que lo haga de nuevo en el Reino de Dios (Lc 22?16). Es un gesto profético lleno de significados. Consciente del peligro que le ronda, Jesús apuesta por la esperanza del Reino que se avecina ya, que él ve llegar de forma inminente. Pone en Dios su confianza, porque también ve que se avecina la hora del «mal trago». Jesús pide a Dios ardientemente, con este voto, que llegue su Reino.
Los judíos continúan celebrando hoy, cada año, la fiesta de Pascua, con un rito bastante similar al que conoció Jesús, en cuanto a la comida, oraciones, cantos, etc. Los cristianos, en la Eucaristía entroncamos directamente con esta celebración. Pascua (en hebreo «pésaj») significa «paso». Yavé pasó por Egipto en la noche de la liberación. Pasó de largo por las casas de los hebreos señaladas con sangre y castigó a los egipcios y así, el pueblo liberado pudo pasar por las aguas del Mar Rojo (el color de la sangre) hacia una nueva tierra. Jesús, por la sangre de su vida pasó de muerte a vida. La comunidad cristiana, en la Eucaristía, memorial de esta sangre entregada por nuestra liberación, sigue celebrando el paso de Jesús y su propio paso de muerte a vida (1 Jn 3, 14). EQUIPO DABAR